Jorge Luis Borges. He visto crecer a Buenos Aires




Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar.


Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe.


Haber heredado el inglés, haber interrogado el sajón.


Profesar el amor del alemán y la nostalgia del latín.


Haber conversado en Palermo con un viejo asesino.


Agradecer el ajedrez y el jazmín, los tigres y el hexámetro.


Leer a Macedonio Fernández con la voz que fue suya.


Conocer las ilustres incertidumbres que son la metafísica.


Haber honrado espadas y razonablemente querer la paz.


No ser codicioso de islas.


No haber salido de mi biblioteca.


Ser Alonso Quijano y no atreverme a ser don Quijote.


Haber enseñado lo que no sé a quienes sabrán más que yo.


Agradecer los dones de la luna y de Paul Verlaine.


Haber urdido algún endecasílabo.


Haber vuelto a contar antiguas historias.


Haber ordenado en el dialecto de nuestro tiempo las cinco o seis metáforas.


Haber eludido sobornos.


Ser ciudadano de Ginebra, de Montevideo, de Austin y (como todos los hombres) de Roma.


Ser devoto de Conrad.


Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino.


Ser ciego.


Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que no acabo de comprender.


Jorge Luis Borges, 1981









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