Las callecitas de Buenos Aires





Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qu s yo, viste?...
Prosa para un loco - Alejandro Andrade

Las callecitas de Buenos Aires tienen ese que si yo, viste. Me paro en el balcón, es una mañana esplendida, y observo melancólico el tránsito porteño. Allá se esconde un secreto, una voz que vaga perdida entre mares de voces. Y Este secreto escondido, este tesoro, es lo que hace de estas calles un lugar maravilloso. Recorres los grises adoquines, miras los semáforos, los buzones, la gente y sabes que hay algo mas allá, que no logras ver. Voy a por el entonces, camino en busca del secreto, algo triste y solitario, y nunca lo encuentro.

Me visto ligero y salgo a caminar. Doblo por Arenales para el lado del centro. El sol golpea la ciudad con intensidad y parece que no hay una sola gota de sombra. Yo camino desafiante bajo todo ese calor que se me viene encima. Con paso firme, surco las baldosas con destino incierto. Tan compenetrado me encuentro en mis pensamientos y divagues, que no advierto lo que sucede a mi alrededor. Salgo del trance apenas para observar los semáforos y para echarle una mirada al siempre estrepitoso tránsito. Camino sin ninguna razón mas que caminar y hasta el momento todo es perfectamente normal, mañana como cualquier mañana de verano, lo de siempre en la calle y en mi, cuando de repente de atrás de un árbol se aparece ella.

Salta a mi encuentro y me mira a los ojos, deshaciendo mi caminar, y clavo mi mirada en ella, sorprendido ante la aparición. Al principio, solo existe sorpresa.

Que extraña muchacha! - Me digo y ciertamente lo es (imposible de definirla con nuestro simple vocabulario parlado).

Ella es una mezcla rara de penúltima linyera y de primera polizonte en viaje a Venus. Tiene medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. Mientras doy aquella primera mirada, comienzo a reír. Río a lágrima suelta, desvergonzadamente, y la gente me mira extrañado al pasar. Pues, verán, sólo yo la veo. A pesar del barullo de Arenales y Callao, advierto rápidamente que nadie mas la ve. Que allá se encuentra mi oculto tesoro, que al fin me encuentro con mi encuentro destinado. Extrañas sorpresas Cuantos secretos esconden las calles de Buenos Aires! Podes salir a caminar una mañana y a cada paso descubrir algo totalmente diferente y maravilloso, como aquella muchacha a quien los maniquíes bien podrían quitarle un ojo, los semáforos darle tres luces celestes y los naranjos del frutero de la esquina tirarle azares. Ante tales pensamientos, sonrío todavía mas, todavía mudo por la sorpresa y la visión, y entonces ella se acerca a saludarme. Se saca el melón, me regala una banderita y me dice 

- Piantada! Ya se que estoy piantada. No ves que va la luna rodando por Callao, que un corzo de astronautas y niños con un vals me baila alrededor? Canta, veni, volve

Me quedo perplejo. La veo, solo mis ojos se posan en ella, y siento locas ganas de tomar envión y levantar vuelo a su lado. Solo yo la veo, y siento cómo desaparecen los imposibles, cómo todo se desmantela. La veo, algo pálido y todavía un poco risueño, y no atino a decir palabra alguna. Pero ella, comenzando a sonreír, me dice...

- Piantada! Ya se que estoy piantada. Yo veo a Buenos Aires desde el nido de un gorrión. Y a vos te vi tan triste, veni, vola, sentí el loco berretín que tengo para vos.

Y entonces mis manos pierden la timidez, se estrechan con las suyas y ella, cual vehículo a reacción a chorro impulsado por magias absurdas, toma fuerte las mías y me levanta en vuelo.

Loco, los dos locos, como dos acróbatas dementes saltamos. Un solo salto, de dimensiones astronómicas, que nos arrastra y nos funde con el viento. Las golondrinas nos miran atónitas pasar y algunas, distraídas, pierden el rumbo. Nosotros, riéndonos del día, de la sensatez y del sentido común, volamos la brisa, esquivando edificios y antenas, dejándonos guiar por marejadas de aire. En eso atino a mirarla y me vuelve una loca dulzura. Ella, en cambio, observa la ciudad atentamente y escoge un edificio donde aterrizar.

Al llegar a la sucia terraza nos sentamos en un rincón, algo apartados. Allá dejamos que las miradas reconocieran la ciudad. Me encuentro tranquilo y seguro, cómodo y feliz. Que libertad! Y cuanta alegría contenida! Vuelvo a mirarla, esta vez a sus ojos, que son campos verdes cambiantes, y le digo...

- Que hermoso regalo me has dado. Siempre supe que había algo escondido en esta ciudad, algo como t. Desde siempre te he buscado y bien que me has hecho esperar. Pero me siento feliz de haberte buscado. El sólo encontrarte me ha transformado en otro, como si hubiera mudado de cuerpo.

Ella continua en silencio, apenas si se oye a la brisa que lentamente va tomando fuerza. Tomo parte de ese aire para mi y sigo hablando

- Mas, amiga mía, ahora que estoy viviendo este momento, desearla que durase para siempre. Contigo nada puede ser triste, nada puede ser efémero. Pero se que cuando todo esto acabe dejar de volar, de cantar, incluso dejar de buscarte. Volver a mi casa oscura, a mi noche y estar una vez mas triste y solo.

La brisa ya no es tal, un fuerte viento asola la ciudad. Los carteles vuelan, los sem�foros bailan y las nubes, a lo lejos, corren carreras para cubrir el cielo completamente. Vuelve el silencio entre nosotros, muralla que separa a los hombres, y entonces pienso que as� termina mi breve aventura, en remolinos de viento silencioso y arrazantes vendavales de amistad. Despertar�a en mi casa en cualquier momento y saldr�a al balc�n a contemplar la ciudad, convencido de que todo ha sido s�lo un sue�o. Pero no, todav�a queda algo m�s. Mi amiga siempre tiene una r�plica preparada. Se acerca, acaricia mi frente, y me dice�

- Cuando anochezca en tu porte�a soledad, por la rivera de tus s�banas vendr�, con un poema y un tromb�n a desvelarte el coraz�n. As� cantaremos y volaremos juntos nuevamente, hasta sentir que enloquec� tu coraz�n de libertad. Ya vas a ver�

R�o como un loco condenado, no me esperaba aquella respuesta. Mi coraz�n desborda de alegr�a. Siento que ella dice verdad a cada palabra.

- Salgamos a volar una vez m�s, querida m�a � le digo.

Ella se pone de pie y por �ltima vez, tom�ndome de la mano, vuelve a levantarme en vuelo. Volamos los rascacielos, las ciudades, los campos, los mares� atr�s quedan la soledad, la tristeza, la oscuridad. Me siento como un p�jaro perdido que vuelve desde el m�s all�, para encontrarse con un lugar ajeno pero �ntimo, tan �ntimo que nom�s al llegar puede llamarlo hogar.

- Ahora escucha � me dice, rompiendo mis interminables pensamientos � cuando todo sea gris subite a mi ilusi�n s�per sport, que vamos a volar por las cornisas con una golondrina por motor. Del Vietes nos aplaudir�n: ��Viva, viva! Los locos que inventaron el amor�.

- S� � le digo yo � y un �ngel y un saldado y una ni�a nos traer�n un valscecito bailador. Nos saludar�n la gente linda y ser� todo loco, pero tuyo, qu� s� yo.

Y entonces, por primera vez, ella r�e totalmente, sorprendida por mis palabras, y alegre, tambi�n alegre como nunca, y provoca campanarios con la risa, sin poder parar. As� comenzamos a descender, llorando de la risa. Miro hacia abajo y distingo mi edificio, mi piso, mi balc�n, que se acerca a toda velocidad. Y cuando tocamos suelo, al fin ella logra calmarse, y se despide a media voz.

- Pon atenci�n, quiero decirte una cosa m�s� � me dice.

�Seriedad a la hora de la despedida? No, veo que la alegr�a est� todav�a all�, en sus ojos.
- Dime.

Acerca sus labios a mi o�do y apenas escucho un susurro.

- Quereme as�, piantada (�Piantada!), quereme as�. Abrite a los amores que vamos a inventar. Ponete esta peluca de alondras y vol�, vol� conmigo. Ven�, vol�, ven�.

Se va. Se aleja volando y desaparece detr�s de un enorme edificio de Ag�ero y Santa Fe. Me quedo parado en mi balc�n, pensando en aquellas palabras, en los recuerdos (m�gica locura total de revivir) y miro a las calles, al sem�foro, la gente, el tr�nsito� y aunque no me siento precisamente alegre, no puedo dejar de mirar y sonreir. Pues, ver�n, las callecitas de Buenos Aires tienen ese qu� se yo, viste�

Relato basado en el tango "Balada para un loco", de Piazzolla y Ferrer.



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